El atardecer de España
- concapaysombrero
- 16 jun 2022
- 4 Min. de lectura
En mis sucesivos despachos, siempre me han acompañado un retrato de Margaret Thatcher y otro de Clemente de Metternich.
La valentía de la primera ministra británica, su acierto a la hora de tomar decisiones difíciles, pero sobre todo su alto sentido de Estado, la han llevado a ser un símbolo intemporal de la libertad, y de cómo se puede gobernar, desde la confianza en la madurez y responsabilidad personal del ciudadano, que conllevan la gestión de su propia vida, sin tutelas, ni paternalismos envenenados de deuda o de subvención.
El príncipe de Metternich, icono de la “realpolitik” o política real, representa en sí mismo el valor de la diplomacia y de la importancia a la hora de tomar una decisión en el terreno de lo público, de sopesar una y mil veces la opinión de los distintos intervinientes, hasta lograr el consenso. Escuchar mucho, era la virtud más destacada del canciller austriaco. Realmente fue Bismarck quien formuló el término “política real” a petición de Metternich, a fin de encontrar un método que permitiese equilibrar el poder entre los distintos imperios que se repartían Europa, sin necesidad de hundirse en el baño de sangre de una guerra fratricida.
La evitación de conflictos sociales de entidad, en un momento en que una crisis económica sin precedentes se avecina a España, será una prioridad en el corto plazo para todos los equipos de gobierno. En la tarde de ayer, la reserva federal estadounidense, nos sorprendía subiendo los tipos de interés un 0,75 %, la mayor subida desde 1994. Y es de esperar que, en breve, Ursula von Der Leyen, anuncie la misma medida en la zona euro. Si EEUU tose, el mundo se resfría.
Con la deuda pública de España en 1,45 billones, máximo histórico desde 1890 y la mayor tasa de desempleo de Europa, la aprobación de medidas estructurales de gran calado macroeconómico, que supongan un cambio de paradigma en la dirección de la política nacional, es actualmente una de las pocas opciones que quedan antes de que se produzca un colapso financiero en flujo de tesorería, dado que el “default” de facto, ya ha tenido lugar.
España se sitúa, en datos de junio de 2022, en un endeudamiento del 117 % del PIB. Se hace necesario recordar que Grecia fue rescatada con el 103 % de deuda del PIB, Portugal con el 129%, Irlanda, con el 120 % y Chipre con el 109 %.
La reestructuración de la deuda pública, ante la subida de los tipos por el Banco Central Europeo, saldrá, en breve, muy caro para el contribuyente español. La creación de un plan nacional para la eliminación sistemática de la deuda pública y de control del déficit será, como ha sido para los otros países rescatados, una obligación que impondrá la Unión Europea y que traerá consigo una reducción histórica de la cobertura social a las clases medias y unos recortes sin parangón en la historia reciente de España.
Sea quien fuere el que gobierne España en 2023, tendrá que acometer un replanteamiento del sistema económico en España, sin antecedentes desde el Plan de Estabilización de 1959. No obstante, algunas medidas, fuera del signo político del Gobierno, pueden responden a una sencilla lógica macroeconómica, a saber:
Una sustancial bajada de la carga impositiva en los ingresos del trabajo, disminución del IRPF.
La creación de nuevas zonas francas.
La modificación de la normativa fiscal para incentivar el ahorro y la inversión, comenzando por la supresión del impuesto de patrimonio y sucesiones.
La aprobación de un plan nacional de apoyo a la natalidad, con bonificaciones por el número de hijos.
La eliminación total del Ministerio de Igualdad y todos sus organismos dependientes, y la asignación y aplicación de esos presupuestos a la reducción o supresión de la cuota de autónomos.
La retirada general de subvenciones a sindicatos, partidos políticos, asociaciones y fundaciones públicas.
La reducción significativa de los gastos de acción exterior.
La creación de plataformas de centralización y control del gasto por parte de las Comunidades Autónomas, ayuntamientos y diputaciones.
La congelación de la oferta pública de empleo por parte de la Administración, y la reorganización de los actuales efectivos.
La creación de una nueva política energética nacional, ajena a los lobbies ecologistas, que apueste decididamente por la reactivación de la energía nuclear, así como la construcción de nuevas centrales.
La reactivación de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos de América.
La aprobación de una legislación restrictiva, al modelo de Suiza, Austria o Dinamarca, para el control de la inmigración y la repatriación de extranjeros que cometan delitos.
La revisión al alza de la tasa Tobin.
Mientras el España se hunde, la música sigue sonando, y los ciudadanos aún no se han dado cuenta de que el agua les sube por la rodilla mucho más rápido de lo que cualquier medio de comunicación se atreve a contar. La necesidad de una política real, al estilo Metternich, dentro de un contexto de libertad sin paternalismos, al modo Thatcher, impedirá que la sangre llegue al río, si es que no lo ha hecho ya.
Sólo desde la valentía de una gestión pública decidida, se podrá afrontar una situación cada vez más peligrosa para la conservación del Estado de derecho tal y como lo conocemos en España.
El silencio cómplice es, a veces, más responsable que la acción calculada, pues para que el mal triunfe, solo es necesario que el bien no haga nada.


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