La elegancia es una actitud
- concapaysombrero
- 22 abr 2022
- 3 Min. de lectura
Querida lectora:
Te sorprenderá esta carta porque había anunciado que nunca más escribiría nadando en el lodazal de gente ofendida. Pero comprenderás que la tarde lluviosa, los tres cuartos de botella de Puligny Montrachet y la inflamación de mi corazón, me han hecho cambiar de opinión, como de costumbre. Los hombres pasionales somos así. No me lo tengas en cuenta. Por cierto, por respeto, quisiera acompañar estas líneas con un poco de música de Julio Iglesias.

Te escribo porque ha llegado un punto en el que la barbarie ha conquistado todo. Hemos intentado defender nuestro fuerte contra los invasores, pero ha sido inútil. La elegancia ha perecido. Ha ganado lo calorro, la moda pancha. Las arandelas tribales, los tatuajes con letras japonesas, los coach, la autoayuda, Motomami, las camisetas de tirantes para hombre, la depilación láser para personas en cuyo DNI pone la palabra “varón”, el Jean Paul Gaultier, las remeras del PSG, de los Golden State Warriors, las zapatillas de colores, los relojes digitales y las barritas energéticas…
Yo lo siento porque ése no era el plan, pero todo se ha torcido. No sé ni cuándo ni dónde. Quizás cuando el sombrero se desterró de la vestimenta de los hombres. O quizás cuando se consideró que inventar la camisa de manga corta no debía estar tipificado como delito de lesa humanidad. Pero veo muchachos con pantalones demasiado estrechos o anchos, con piratas, con los tobillos al aire y sin calcetines negros. O directamente sin ellos. Veo tipos que a los 35 años lucen camisetas con emblemas, escudos… incluso pijos palurdos con chaleco acolchado, polos con el logotipo más grande que la propia prensa (Hackett o LaMartina)… y pienso que hay algo que se ha ido al carajo.
Seguramente fue cuando los diseñadores excéntricos desterraron a los elegantes modistas del centro de las ciudades. Esos sastres de punta en blanco cuya mujer e hijos cosían en la trastienda.
O quizás fue cuando el arte, la familia y las buenas costumbres comenzaron a decaer. Cuando se pensó que vestirse de payaso, de pandillero o de jefe de tribu nigeriana era estético.
Parece que ya no hay espacio en los armarios y en las calles para las camisas blancas y azules, los pantalones de vestir, las chaquetas, los abrigos largos de paño, los gemelos, las chalinas, las corbatas y los pañuelos. Diseños lisos, bordados sobrios, zapatos de piel negros o marrones. Hombres recios, que no pretendan llamar la atención ni destacar por colores estridentes. Quizás pata de gallo o unos Oxford de ante color crema o azules… Pero que nunca parezcan excesivos. Todo sobrio. Que sea la acompañante la que ponga la luz, pero sólo la mitad de la clase.
Me apena, querida lectora, que te veas obligada a rodearte de tipos de estilo carcelario,bakala, chamánico, motero, absurdo… de simples con chándal, ropa de sport, deportivas… que no respeten la regla de caminar un paso por detrás de ti al subir las escaleras y un paso por delante al bajarlas. ¿Nadie piensa en recogerte si tropiezas?
Es calamitoso. Hombres que cuentan las calorías, que se atreven a probar el plato compartido antes que tú en las comidas, que pagan a medias, beben vino blanco… o rechazan la ginebra o el whisky porque no les viene bien para su plan de entrenamiento. Hombres sin lecturas, sin bolígrafo en la chaqueta y sin viajes que contar. Con vídeo consola en su casa y las palabras “puto” y “hermano” en la boca. Hombres absurdos, con moño, coleta, tatuajes capilares, injertos turcos, pendientes… ¿de verdad no es demasiado el castigo que hemos pagado por equivocarnos como sociedad?
Querida lectora. El mundo se ha ido al guano. La elegancia y la clase ya no existen. Que no digo que haya que ir como el conde de Romanones cuando había pleno en el Congreso. Pero qué menos que una camisa blanca, unos pantalones normales y unos zapatos de piel.
Busca quien demuestre su elegancia con su discreción.
Te envío un afectuoso saludo
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