A mi querido lector “caraqueño”
- concapaysombrero
- 19 mar 2022
- 6 Min. de lectura

Me escribe usted, lector de este humilde blog, desde algún lugar recóndito y no sé si sombrío o soleado. Si es sombrío, salga al sol, que es bueno para la salud y si puede, pida una copita de manzanilla San León y unas olivas, que siempre acompañan la lectura y la hacen más ligera. Esto no es el Finantial Times, pero intentaré entretenerle en mi contestación, como le prometí.
Usted, buen señor, que presumo lo es, me escribe en un “amable correo” y me lanza toda serie de perlas y perlitas de variopinto tamaño sobre el contenido de los escritos aquí publicados y de paso me atiza sin piedad, desde la coraza de su anonimato. Y aunque la cortesía reprime mis impulsos de una contestación más contundente, decidí responderle como habrá leído en mi correo con un simple: “Muchas Gracias por sus atentas palabras, me parece estupendo. Sus críticas, vertidas desde el pedestal de su sabiduría, son toda a una aportación a mi camino interior. Le prometo contestación, en cuanto encuentre la paz que me impulse a alcanzar la altura moral de sus letras. Un afectuoso saludo”.
Fuera de la riqueza lingüística que observo en sus líneas, hay determinadas cuestiones que me llaman la atención sobremanera, en lo concerniente a la profundidad y solidez de la crítica recibida, que se dirige a varios aspectos que usted deduce de mi persona.
La primera, que es todo un clásico, es que “según se deduce del blog”, soy monárquico, una “ávida” deducción, no sé si me conocerá personalmente. Y según parece, ser monárquico y “facha” es todo uno, según sus palabras, para sorpresa mía. Le animo a desarrollar este punto en ulteriores misivas entre usted y yo, porque no llego a ver el vínculo.
Déjeme que le eche un cuarto de espadas. Lo de “facha”, que viene a significar ser fascista, es un apelativo muy sonoro y a la par bastante provinciano, que denominaba a las personas de ideología afín a los movimientos totalitarios como el “Fascio” italiano dirigido por Mussolini. Su origen proviene de la palabra Fascio, palabra italiana que significa literalmente "haz" (refiriéndose fundamentalmente a un haz de varas), y que constituía una traducción italiana de la palabra fasces, símbolo de la autoridad republicana en la antigua Roma. Este “fasces” clásico simbolizaba "la fuerza a través de la unidad": si bien cada varilla independiente que formaba el fasces era frágil, todas las varillas como un conjunto constituían una fuerza apreciable.
Este término resurgió en España en los años 70, a tenor de la caída del régimen franquista, etapa ésta en la que yo ni siquiera había nacido, todo sea dicho. No soy tan mayor, de hecho soy un chaval, aunque los trajes cruzados me queden cojonudos, pero eso es todo obra magistral de mi sastre y de la hechura de mi santa madre.
Pero fuera de cuestiones semánticas, lo que me sorprende es la identificación entre la monarquía y la ideología denominada “facha”. Ciertamente, si hacemos honor a la verdad, el Rey Víctor Manuel de Saboya apoyó a Mussolini y por esa falta de criterio moral, fue condenado al exilio de Italia, hasta el punto de recogerlo su Constitución de 1947, no permitiéndoles el regreso hasta el año 2002. Fuera de esta salvedad histórica, el pensamiento monárquico se instala en la democracia como sistema político y en el caso concreto de España dentro de la monarquía parlamentaria que recoge la Constitución de 1978.
La “fe monárquica”, en mi caso personal, nace por creencia y por tradición familiar, ambas cosas. Considero que la monarquía aporta solidez al sistema democrático y una imagen muy respetable en el exterior, además de la inversión que atrae del mundo árabe por razones sobradamente conocidas. Fuera de debates estériles sobre su utilidad o no, a mí me parece una institución muy útil, la apoyo y defiendo cada vez que puedo ya que aún estamos en democracia, pese a sus correligionarios antimonárquicos que desfilan ahora por algunas Administraciones. Imagínese que pasaría si en vez de un Rey, tuviéramos a un Presidente de la República, salido de un partido político, en un contexto donde, por ejemplo, algún territorio de España quisiera independizarse. Lo pienso y se me quitan las ganas de tomarme un Cola Cao, de esos de Nutrexpa, ese grupo de empresas pro independencia de Cataluña.
Usted me saca también, y a colación de esto, el tema de la familia y en este punto se me revolvió hasta el cíngulo del batín. Mirando para atrás, tenga usted en cuenta ávido lector, que ninguno de los ascendientes de mis dos ramas familiares, ha pertenecido jamás a ningún partido político, ya sea de derechas, izquierdas o mediopensionistas. Tampoco ninguno luchó en la Guerra Civil española, ninguno, se lo aseguro, en ninguno de los dos bandos. La única filiación política, previa a la mía propia, se encuentra en la figura de mi bisabuelo, Don Francisco Lezcano Comendador, simpatizante del partido monárquico, director general de telégrafos durante el reinado de Alfonso XIII, denostado durante la II República, cuya máxima imprudencia conocida fue ser padre de 19 hijos, entre ellas mi abuela materna.
Qué quiere decir esto, que en mi familia cuando se escucha lo de la Memoria Histórica, nos limitamos a recordar los caramelos de violeta que se siguen vendiendo en unas cajas transparentes en la Plaza de Canalejas, en unas viejas fotos del Hispano Suiza L 15, de la casa de Sacramento 3 en Madrid, de Cardenal Cineros 7 en Badajoz y del campo de Canarias, que es donde destinaron a mi bisabuelo, imagino que por sus “buenas” comunicaciones en la década de los años 20 del siglo pasado. Por lo demás, la única escopeta que conservamos es una de balines.
Continúa usted diciendo que Margaret Thatcher también era una facha. No sabía eso de la primera ministra del Reino Unido desde 1979 a 1990. He de reconocerle que en este punto, se me atoró el Agua das Pedras que estaba bebiendo mientras leía su amable correo y tuve que sustanciar el “flatito”, antes de seguir con la lectura atenta de sus letras. La obra política de esta señora, me llevaría muchos días de escribir, pero lo que si le recomiendo es que lea su biografía y verá la construcción de una persona de gran valía moral y profesional.
Desde un origen bastante humilde, tenga en cuenta que su familia vivía de un pequeño ultramarino en Grantham, estudió química, empezó trabajando en un laboratorio alimentario, examinando la acidez de la crema que rellena los donuts, y a base de estudio, trabajo, esfuerzo y mucha lucha, en una sociedad tan clasista y machista como la de la época, creció, subió y supo llegar a ser primera ministra de la que fue la máxima potencia de Europa. Afrontó la primera gran crisis económica de la segunda mitad del siglo XX, como fue la iniciada en 1977, defendió el territorio nacional en la Guerra de las Malvinas y salió victoriosa del primer rescate que se produjo en Europa, que fue en Reino Unido, el famoso “invierno gris”.
La “Dama de Hierro” me produce rendida admiración, quizá porque se hizo a sí misma, porque se levantaba y seguía luchando, porque tenía estrategia, porque tenía…agallas. Imagino que usted tendrá otros referentes ideológicos, de esos que se reencarnan en pajarillos o llevan guerrera, pero como liberal que me considero, me quedo con la Sra. Thatcher y con el Príncipe de Metternich, el padre de la diplomacia europea. Puede usted buscarlo en Google, aunque estoy seguro que lo conoce, ya sea porque haya pasado temporadas como profesor visitante de la universidad de Coblenza o cualquier otra de Alemania. He de decirle que desde que comencé a trabajar, un cuadro de cada uno de estas dos personalidades me ha acompañado en los distintos despachos que he tenido, dando lugar a momentos muy divertidos algunos de ellos.
Respecto del artículo de las putas, me dice que está de acuerdo conmigo, lo cual me reconforta, porque ¿no ve? Hasta en las antípodas de la cosmovisión, tenemos usted y yo algo en común. Flauvert tenía razón. Tenga presente, compañero de luchas en pro de la legalización del noble o inveterado oficio de las meretrices, que hasta los liberales tenemos conciencia.
No puedo darle la razón, una vez más, en que los católicos somos, como usted afirma, rancios. Primero porque me parece que aseverar eso suena muy anticuado, es un cliché muy manido y una generalidad poco acorde a la realidad. Le puedo garantizar que dentro del mundo católico y eclesial, y en esto tengo cierta experiencia vital, hay de todo, rancios y no rancios. E incluso en determinados sectores, el nivel de avance mental, moral o humanístico, como a mí me gusta llamarlo, se instala en parcelas donde la libertad, ese bien tan preciado, brilla tanto como la luz del Señor. No nos subestime, si usted conociera Roma desde dentro, le aseguro que la visión del catolicismo, cambiaría bastante. Por cierto ¿a usted no le bautizaron? ¿No hizo la comunión? ¿No recibió el radiocassette, la Nintendo y la bici? Ay, ay…
Bueno, querido lector, no le ocupo más tiempo, que tendrá usted que leer cosas más interesantes y no vaya a ser que se acabe el ABC y tenga que comprar el Público. Incluso con los detractores hay que tener mano izquierda y siempre desearles lo mejor.
Espero que me siga leyendo con tanto denuedo e interés. No hace falta que utilice, en sus correos, palabras malsonantes de nuevo, que eso está muy feo y si usted, ya no se cree católico, aunque siga constando en el registro oficial como tal, no se puede confesar y por tanto según las Sagradas Escrituras irá directo al infierno, donde le aseguro tengo reservadas amplias parcelas para mi retiro. ¿Se imagina la eternidad juntos? Podríamos pasarlo bien.
Reciba un ósculo pontificio en la frente o donde usted quiera.
Suyo servidor en Cristo Nuestro Señor
VMCG
Comments