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El aquaplaning de la vida

  • concapaysombrero
  • 2 feb 2021
  • 7 Min. de lectura

Mi carnet de conducir fue expedido el 14 de marzo de 2001. Por aquél entonces, mi vida era completamente distinta a la actual. Como joven estudiante de primero de derecho en la Universidad Complutense de Madrid y colegial del Marqués de la Ensenada, vivía inmerso en un micro mundo de citas de Justiniano, mi trabajo como becario del Mayor y el descubrimiento de una ciudad, un mundo y un camino en sí mismo.


Gobernaba Aznar, había dinero a espuertas y aunque, como todo estudiante, yo no tenía un duro nunca, mi vida transcurría apacible. En aquel año conocí, como delegado de la ilustre “Comisión de Conferencias” de mi Colegio Mayor, a Teófila Martínez, primera personalidad a la que invité a dar una charla y primera cena protocolaria que organicé en mi vida. Con una chaqueta cruzada, una corbata azul y una sonrisa cuasi adolescente, recibí a aquella señora, que siendo alcaldesa de Cádiz, para mi representaba en mi bisoñez, como si viniera a vernos la misma reina Cleopatra. Fue un éxito rotundo, porque la señora era y es historia viva del sur de España, pese a que es de Santander. La sucedieron en aquél escenario, mi querida y luego compañera de COPE, Isabel San Sebastián, el Ministro Jesús Posada, el que luego fue mi jefe S.E. Rev.ma el cardenal Antonio María Rouco Varela y otras tantas y tantas caras conocidas, durante cuatro años, que siempre gratuitamente y a cambio de una frugal cena, muy ornamentada, me permitieron aprender a hablar en público, a callar cuando es debido, a sonreír cuando no te apetece y a construirme como persona.


Por todo aquello, recibía al mes de manos de D. Vicente de Cadenas y Vicent, presidente de la Asociación de Hidalgos a Fuero de España, la cantidad de 40.000 pesetas y un 35 % de bonificación del precio anual del colegio, que por aquél entonces costaba al año como un vehículo de alta gama. Ese mismo año y de manos de Don Vicente, a la sazón mi jefe y benefactor, probé, en entrevista al efecto, la primera copa de armagnac de mi vida, y desde entonces sigo fiel al “Croix de Salles”. He de reconocer que le mentí cuando me preguntó si me gustaba el armagnac, no lo había probado en mi vida, pero aquel paseo con ese señor de entonces 90 años, por el salón de pasos perdidos de la Residencia Casa Solar Santo Duque de Gandía, donde él vivía, me abrió el camino a una vida que en aquél momento no podía siquiera imaginar, y de la que he dado gracias a Dios, y a los Hidalgos de España, muchas veces desde entonces.


El primer curso de derecho me supo a poquísimo, porque aunque siempre fui muy buen estudiante, tenía de todo en la cabeza menos el derecho, que por otra parte era pura memorización de textos. Mi colegio mayor estaba al inicio de una gran cuesta que terminaba en la parada del autobús U, que todas las mañanas cogía para ir a la facultad. Aunque nevaba a menudo y llovía por semanas, aquel trayecto, te permitía observar la cotidianeidad de un mundo que ya no existe, en una universidad tranquila, donde íbamos a rezar a la capilla antes de las clases y escuchábamos, como en un concierto de Schubert, las magistrales enseñanzas de nuestro catedrático de derecho constitucional, D. Jorge de Esteban, ex embajador de España en Roma.


Durante aquellos cuatro maravillosos años, y aunque no venía mucho a Badajoz, cogía el Auto Res, que tardaba seis horas y media en llegar. El AVE prometido, por aquel entonces, por políticos de todo cuño, no llegó, ni ha llegado, ni creo que vaya a llegar nunca.


En 2005, y siendo mi último año de carrera, me fui del mayor a compartir piso con dos amigos. Mi padre me regaló su Opel Vectra verde oliva, con el que yo me sentía como López Rodó yendo a El Pardo a despachar. Era una maravilla de coche y desde el piso en la calle Ferraz, llegaba a la Ciudad Universitaria en medio informativo de COPE. Ese año comencé a trabajar en Caixa Catalunya, como cajero. Daba los billetes nuevos a simpatiquísimas señoras oliendo a laca Nelly, que venían a verme y me traían bizcochos y me pedían que les actualizase esas cartillas de cartón, que sacaban de aquellos bolsos negros, que brillaban como lo harían los ojos de sus porteadoras cincuenta años antes.


El Opel Vectra me acompañó el último año de carrera, el master del Instituto de Empresa, me llevó a mi oficina en la CarlsonWagonlit, luego a mi querida COPE en su palacete de la calle Alfonso XI y a Aguas de Barcelona, en la impracticable calle de Príncipe de Vergara.


El coche aguantó cientos de miles de kilómetros, sin un fallo y sin un accidente; hasta que viniendo a Mérida, en diciembre de 2009, al primer examen de acceso a la ya desaparecida “Empresa Pública de Turismo de Extremadura”, a la altura de Navalcarnero, salió ardiendo el motor y allí se quedó. El fuego, fue, visto desde la distancia de estos diez años, el presagio de algunas ampollas, de no pocas hogueras, de bastantes brasas y de algún quemado. También fue indicio de éxitos que alumbraron más tarde, de chispas de satisfacción y de cenizas de vanidad.


A los pocos meses, llegué a Extremadura, y accedí a la Administración Pública el día de la República, un 14 de abril de 2010. Me compré un Audi A4, y tan azul como era, fue el cambio que, para sorpresa de todos, incluso del propio Partido Popular, experimentó la Junta de Extremadura pocos meses después. Tuve ocasión de trabajar con las mejores personas con las que he hecho algo en mi vida, conocí a mucha gente y entendí lo que significa la envidia mal llevada, no en mi persona, ni hacia mí, sino por parte de quienes ahora se implantan pelo, y se dedicaban a cesar a Consejeros diligentes, personas de gran corazón y lealtad incontestable, pero que hacían una “imperdonable” sombra que llegaba desde Mérida hasta San Sebastián.


En abril de 2013, con gran ilusión, me fui a trabajar al Ayuntamiento de Badajoz, trece años más tarde, volvía a la ciudad que me vio nacer. Como decía el recientemente fallecido Miguel Celdrán: “No es lo mismo chutar, que parar” ¡y qué razón tenía! D.E.P. ese buen hombre.


En 2014 viniendo de Zafra, mi Audi A4 dijo que siguiera yo hasta Badajoz y a la semana me compré un Volvo S40, con el que regresé a la Junta, otra vez, en junio de 2015. Tres meses más tarde, el nuevo y flamante gobierno del PSOE, en la Junta, decidió darme unas “largas vacaciones” de seis meses, en los que mi S40 me llevó a Sevilla, donde tengo algún recuerdo bastante confuso. Me gasté una fortuna, y lo volvería a hacer, en Manzanilla y en Alka Seltzer. Estuve preso de la manzanilla, del flamenquito, de las maravillosas tabernas del Barrio de Santa Cruz y de muchas interminables noches en homenajes a la vida y al fino de Sanlúcar de Barrameda. Pasado ese tiempo y tras ganar en todas las instancias judiciales, volví a la Junta, otra vez, y con los dineros que me tuvieron que dar por un quítame allá esas pajas, me compré un VOLVO S60.


Este último, me estuvo llevando a mí y a algunas de mis compañeras a la Emérita Augusta, todos los días, 65 kms de ída y otros 65 kms de vuelta hasta el pasado agosto de 2020. Cinco años que han pasado volando, sin pena ni gloria.


El pasado mes de agosto, después de tres meses recluido en casa, COVID mediante, con esos aplausos de los que nunca participé y una operación de urgencia, por el asma creciente que casi me lleva a la muerte, meses antes; decidí que la vida era muy corta para esperar un año y medio a los 40 abriles, y que antes que me llevara el virus por delante, me compraba el BMW Z4 que llevaba queriendo in illo témpore. Así que me fui a Marbella y tras dos noches de ruleta francesa, una suite en el Don Pepe y botellas de Louis Roederer como para ahogar a un pirata, me traje el Z4 a Badajoz, descapotado, melena al viento, como Richard Gere en American Gigoló.


Y la pandemia siguió su curso, y la gente continuó muriendo a hondonadas. Y aunque a la práctica mayoría del personal del edificio donde voy cada mañana, se les concedió el teletrabajo para evitar los contagios y que Extremadura no siguiera ganando en muertes diariamente, como desgraciadamente ha venido haciendo; curiosamente a unas pocas personas, entre ellas yo, que solicité el teletrabajo y soy asmático crónico con todos los papeles habidos y por haber, nos fue denegado. Según dijeron, porque la circular tal y cual dice que en un lugar de la Mancha…..; y además dice que eres moreno con raya al lado, y que usas tebas y castellanos burdeos, y que claro, eso es un escudo impenetrable contra el COVID.


Yendo y viniendo a Mérida, en mi flamante Z4 azul royale, el pasado 20 de enero, festividad de San Sebastián, la vida me hizo aquaplaning, y el coche también. Esa mañana a las 8:10, llovía de manera inmisericorde y aunque iba despacio y fue en una recta de la autovía, casi me mato. La dirección del coche se bloqueó, golpeé frontalmente contra la mediana, di cinco vueltas por los dos carriles y, gracias a Dios, conseguí salir entero. Cervicales, muñeca y rodilla tocados. Con todo, aquí estoy contándolo, mañana comienzo la rehabilitación.


No podría describir, ni en cien páginas, la experiencia de tener un accidente de tráfico, de ver la vida pasar delante de ti, de ver que el tiempo se acaba en esos cinco o seis segundos hasta que el coche quedó parado en el arcén. No puedo relatar tampoco, el coste moral, emocional y psicológico que tiene el observar que has estado a punto de no ver más amaneceres, de no poder besar, de no poder abrazar, de no sentir el amor, de no poder reír, de no vivir.


La vida a veces te hace aquaplaning, pero no importa, porque lo que de verdad descubres en estos días de oscuridad, de cremas y de relajantes musculares, es que lo importante seguía ahí cuando bajé de lo que quedó del Z4.


Un consejo, con mascarilla: abrazad a vuestros padres, besad a vuestros hijos, a vuestras mujeres, maridos, amantes o a quién demonios queráis; decid te quiero ahora que podéis, pedid perdón y volved a hablar a aquella persona con la que discutisteis por una tontería, y mirad cada mañana el enorme privilegio de estar vivo.


En dos semanas, reestrenaré Z4, azul royale. Y seguiré, tras la oportuna chapa y pintura, mirando a la vida de frente, sin miedo, con alegría, con fe y con ganas, gracias a Dios. CARPE DIEM.


Víctor Manuel Caro Gil

 
 
 

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