top of page

Jagermeiester, bustos y Beckenbauer

  • concapaysombrero
  • 27 jul 2015
  • 4 Min. de lectura

Se acercan las vacaciones y una noticia del ABC, por supuesto enlazada a un banner publicitario, porque los periódicos, hasta los serios, ahora son tiendas on line más que periódicos, me habla de las deidades de la costa de Torrevieja. Inmediatamente me vienen a la cabeza esos veranos con mi queridísima tía Rosi. Parece mentira, pero hace ya 15 años de la primera vez que contábamos estrellas desde la azotea mientras cenábamos o íbamos a pasar el día a la isla de Tabarca. Ella, que había estado casada con un alemán procedente de Hamburgo, mi tío Manfred Rutter, me contaba entre otras muchas cosas las aventuras que llevaron a este ingeniero de la compañía hispano alemana a partir de su ciudad natal e instalarse en España, entonces un país bastante gris pero alejado de los estragos y la barbarie de la guerra.


Mi tía había comprado esa casa en La Veleta, imagino, porque allí era más fácil compartir con sus amigos un kasseler (filete de carne de cerdo), desayunar una rebanada de kürbiskernbrot (pan de calabaza) o escuchar esa música de Jacques Brel, Edith Piaf o Charles Aznavour que tanto le gustaba y que me ponía para despertarme. Esa con la que te dabas la primera ducha más romántica de la mañana, cantando Venecia sin Ti a pleno pulmón. Aquella urbanización a pie de mar era el refugio de alemanes, holandeses, franceses, ingleses, rusos y demás emigrantes ya jubilados, que se lamían las heridas de otro tiempo, entre letras de Sinatra y botellas de Chianti.


Mi tía era lo menos convencional que uno podía encontrarse, tenía un pensamiento absolutamente avanzado para la época que le había tocado vivir y no se callaba nada. Si tenía algo que decir, lo decía, sin más. “La sinceridad, el lujo de las personas felices” decía. Mi tía era divertida, frenética, generosa, alegre, amable, sincera y tenía un punto de elegante malignidad que la hacía poner en evidencia a los vendedores de vidas y a las señoras achaneladas. No sabía lo que era la vanidad, porque “la vanidad se te acaba cuando ya no te queda nada que comprar”, esta frase suya era especialmente grande.


Recuerdo aquellas cenas en la terraza, que siempre acababan con botellas y más botellas de Jagermeister y Grand Marnier, y por supuesto los dos Alka-Seltzer que me ponía en un vaso en la mesilla a la mañana siguiente, a fin de amortiguar la brutal resaca. Ellos, sin embargo, bebían como un oficial del KGB y seguían hablando con total normalidad. Mi tía permitía que se charlase de todo menos de religión, “porque pasados los 60, ya no importa quien nos trajo ni para qué”.


Aquellas conversaciones eran divertidísimas y llamaba la atención como la distancia de las cosas todo lo limaba y apaciguaba, y como incluso las etapas más grises y cruentas de la historia reciente de Europa, se contaban como algo ajeno a los que la vivieron, como un brindis de Jager, permitía a un orondo alemán de Dresde abrazarse a otro de Dusseldorf y bailar juntos en la ebriedad más absoluta recordando los goles de Beckenbauer y olvidando todo lo demás. “Porque la vida es teatro, y la obra siempre tiene que acabar bien”. (Rosi Lezcano dixit)


En aquellas noches escuchaba atento las anécdotas de la supervivencia en la Alemania Federal. Conmovía ver como se aguaban los ojos glaucos de los contertulios hablando de aquellos a los que les había tocado vivir “al otro lado del muro”, aquellos que no habían tenido la suerte de coger un tren a tiempo o cambiar el Longines de oro por un sello en el pasaporte con destino al aeropuerto de Charles de Gaulle o de Eindhoven. Esas personas, brillantes supervivientes de otro tiempo, te relataban con gran sentido del humor la etapa del ya fallecido presidente Erik Honnecker, último gobernante de la RDA antes de la caída del muro, y como ésta te hacía sacar a flote la imaginación para sobrevivir, donde los pobres ciudadanos de la Alemania del Este, sufrían las limitaciones de una “democracia” de corte comunista. Entonces, según decían, faltaba de todo y la burocracia invadía hasta los actos más convencionales, todo se reparaba y las cosas duraban décadas.


En la Alemania del Este, comprarse un coche era una aventura que podía tardar varios años en resolverse, porque hasta para eso había listas de espera, todos los productos de consumo estaban bajo control estatal y para colmo, según la publicidad eran mejores que los de la RFA, más potentes y acrisolaban la superioridad moral de sus usuarios frente a los usados por toda esa “horda de capitalistas” insensatos que vivían al otro lado y que nunca podrían tener una sociedad “tan libre e igualitaria” como la suya. ¡Qué paradoja! La publicidad política lo invadía todo y los camaradas paseaban juntos por la fábrica tarareando las canciones de los “Puhdys”, el grupo de música oficial. Sí, oficial, porque en la RDA todo pasaba por los despachos del Palacio de la República, hasta la música que había que escuchar. Entonces los bustos de moda eran del camarada Lenin, protomártir de la patria, y desde la televisión de la extinta república, la Deutscher Fernsehfunk, se alentaba a los jovenes a ser héroes de la “revolución social”, a luchar en favor del bien común y del partido, ese amasijo rancio de poder donde todo nacía y todo iba a morir.


Pocos años han pasado, desde que, afortunadamente aquella sociedad de cartón piedra se derrumbó y dejó paso a lo que iba ser el germen de una Europa fuerte, a una libertad real, que ahora se debate entre extremismos y propaganda que parece sacada de aquel entonces o incluso de antes.


Mi tía Rosi nos dejó en 2013, me queda todo lo que me enseñó y el consuelo de que se fue como quiso, tranquila, en silencio, con dignidad. Si viviese, se quedaría pasmada leyendo cualquier periódico o viendo un telediario, se reiría de tanta insensatez, se lamentaría de como los señoritos de verdad, los que siempre lo fueron, siguen metiendole mano a los ciudadanos, perdiendo el tiempo en vender humo de cosas sin utilidad y observaría con su profunda mirada cómo, al igual que contaban sus amigos, al final emocionan más los goles de Beckenbauer que quitar bustos y renombrar calles.




 
 
 

Comments


 RECENT POSTS: 
 SEARCH BY TAGS: 
    bottom of page